miércoles, 18 de junio de 2008

Carta al Cielo

Querida MADRE:


Desde el dolor, el desconsuelo y el vacío que has dejado en mi alma, me he dispuesto varias veces a enviar esta carta al ciberespacio , con la ilusión y la esperanza que algún día puedas leerla, pero la congoja se apodera de mí y me impide terminarla.

Te fuiste tan de repente, MADRE, que no tuvimos ni un segundo para despedirnos, para decirte que te quiero, para reír con ese vocabulario tuyo que sólo los complices lo entendíamos. Tú en cambio, a modo de despedida, nos dejaste tu última sonrisa...te quedaste dormida así, con esa naturalidad que siempre tenías y mostrabas sin importarte nada que pensarían los demás. Cada noche sueño con esa cara, con tus fotos antiguas, y me despierto esperando encontrarte en la calle con la bolsa del pescado y el pan de regreso a casa, donde por cierto todas las mañanas los gatos acuden a la puerta del corral y se sientan esperándote a que les lleves el bocadillo, incluso te llaman con sus tímidos y esperanzadores maullidos, pero al igual que nosotros aún no tienen asumido el vacío tan grande que has dejado.
Qué decirte de PADRE..., se ha quedado con una estocada en las agujas , con la mirada ausente, perdida, buscándote a todas horas, tampoco tuvo tiempo de despedirse y eso le golpea una y otra vez, como las olas en el malecón. Espero y deseo que el tiempo le vaya cicatrizando la enorme herida abierta que tiene en el alma inmensa.
Voy a despedirme, y no porque se irriten mis hormonas esta vez, que ahora andan bajo mínimos, casi desaparecidas, ausentes, inertes.
Recibe un beso y esperame donde estés pues en las siguientes vidas que nos quedan voy a elegirte en todas como MADRE.